claroscuros

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11/12/06

Digamos que creemos en los milagros. Pensemos que todo lo que deseemos se va a cumplir y veremos como el más mínimo atisbo de esperanza inunda nuestras vidas.

Creamos a los milagros.
La gracia de los bordes infinitos
traduce en limbos que repartimos
sales y óleos, así bálsamos.

La fuga, que de lo indecible
arrastra la lluvia maldita
¡qué triste que es! y qué temible…

el gris nos empaña, recita.

Takk

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10/12/06

Hay un estado, parecido a la tristeza, que es aquél en el que nos sumergen algunas noches frías de invierno; se encuentra a medio camino de la melancolía y nos hace sentir solos y sin arropo. Es cuando nos encontramos bajo ese extraño efecto cuando más conscientes somos de nuestra individualidad, de que somos seres solitarios que vagamos sin rumbo por un cosmos caótico inundado de infinidad de otros con el mismo rumbo ausente; es cuando la seguridad de estar realmente vivos, por lo palpable que es, más dolorosa se nos hace. Es entonces cuando sentimos que el corazón se contrae por el pánico de que, si deja de latir, nadie excepto tu va a dejar de sentir.

Dicen que esos estados pasajeros, que se dan por la noche –toda ella oscuridad sobre lo que se puede ver, sobre aquello que conocemos-, bajo ambientes helados –que toda vida interrumpen-, y durante el invierno, que incluso el fluir del agua paraliza, suelen venir precedidos, habitualmente, por largos periodos de felicidad.

¿Pero qué seríamos nosotros sin la posibilidad de conocer la tristeza, la soledad, la melancolía, el miedo y el pánico que uno siente en esas frías noches de invierno? Durante la felicidad –y que duda cabe que es un estado, completo, del alma-, podemos llegar a creer que de aquel modo vamos a pasar el resto de nuestra existencia, más la caída, que nunca podemos llegar a prever, nos convence de que eso era simplemente la felicidad misma, que por el sencillo hecho de querernos hacer más felices, nos miente y nos engaña. Es entonces, desde el lugar de la oscuridad y el hielo que la noche de este invierno nos proporciona, cuando el dolor por la pérdida que acabamos de padecer nos permite entender lo que la felicidad nos imprimía, nos permite entender en lo que la felicidad consiste; porqué cada uno, desde su mundo feliz, ve caer su felicidad con la caída de las pequeñas cosas que a uno le hacían feliz. Esas pequeñas cosas, sin embargo, vienen por grandezas que se conjugan en el aire y se adaptan perfectamente a las nuestras, y las pequeñas.

Pero lo peor de todo esto no es el mero dolor que sentimos al padecerlo, sino la sensación que a uno le adueña de que la pérdida de aquella felicidad era algo inevitable, porqué contando con ella demasiado tiempo ésta pierde todo su valor (somos ciegos y no sabemos que la alegría la podemos disfrutar cada día) y como dejamos de sentirla como lo que realmente es: felicidad, creemos que lo que hacemos es conducirnos de nuevo a ella, cuando en realidad la estamos perdiendo.

Aunque muchas veces las noches frías de invierno, a menudo debido a la niebla que todo lo cubre, suelen provocarnos esos estados de ánimo, es durante el día siguiente cuando todo parece cambiar de nuevo, y como por arte de magia, todo da la vuelta y la tristeza es alegría y la felicidad parece acercarse a decirnos algo; los recuerdos que nos hacían llorar ahora nos hacen sonreír, y las pequeñas cosas que tanto echamos de menos de la felicidad…Hay ocasiones, sin embargo, en que eso no sucede y la mañana siguiente sigue siendo tan fría como la noche anterior y la niebla nunca llega a disiparse. ¿Qué vamos a decir? Siempre echamos de menos aquellas pequeñas cosas que nos hacían felices, porqué son esas las que no se pueden repetir, las que se dan por, en y debido a…son esas las que nadie va nunca a robarte porque pertenecen a un mundo mucho más allá del que pisamos. Esas pequeñas cosas las echamos de menos cuando no las tenemos, porque no les damos importancia por la misma razón que no valoramos la felicidad cuando la poseemos: no sabemos exactamente que es ni de qué se constituye, hasta que no está.

Por algún motivo, hoy es una fría noche de invierno.


Si os dan papel pautado, escribid por el otro lado.

Juan Ramón Jiménez

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