Matando el Tiempo

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27/4/08

La tendencia a empezar a escribir preguntándose la adquirió Rogelio en sus largas tardes de internado. Bajo la tenue luz del sol tardío, aquella que proporciona la justa posibilidad de expresarse -sin claroscuros, sin sombras que entorpecen la caligrafía-, empezaba hojas en blanco, con la ilusión del principiante, sin el miedo de quien sostiene una larga trayectoria vital, con la única ambición de conocer, aprender y crecer. Y desde allí, segura cárcel de temores propios y ajenos, crecía su curiosidad por Conocer y Saber y Preguntar y Aprender, cuestionándose continuamente por todo lo que puede serse interrogado, una y otra vez, hoja detrás de hoja, atardecer tras atardecer.

"¿Qué está bien? ¿Qué está mal?" Anotaba. Y acto seguido se proponía discernir sobre lo que un sueño, por ejemplo, le había planteado. Su método, si puede llamarse así para un principiante, era el siguiente: miraba a través de la ventana, a lo lejos, cerca del horizonte donde el sol ya se escondía, donde creía se ocultaba todo lo que debía conocer, esperando que de allí, de su mente atrapada, surgiese la esperanza en forma de Respuesta. Pero muchos de esos atardeceres, al encontrarse escribiendo, divagaba y divagaba con respecto a su Pregunta, divagaba al pensar sobre lo que su mente le planteaba; era como una frágil construcción a punto de venirse abajo por culpa de la brisa vespertina. Saltaba de una idea a otra, de un argumento a la objeción del mismo, rebatía sus propias teorías. Escribía (vivía) sin un hilo común, sin respuesta alguna que saciara su irrefrenable necesidad de Saber. Entonces, en uno de esos momentos en los que se encontraba saltando de un lado a otro, decidió leer. Empezó a devorar libros. Los consumía casi de modo compulsivo. Desde su retiro obligado el tiempo se había convertido en enemigo imbatible, no por su fugacidad, sino por su omnipresencia. Sus días, largos y persistentes; sus noches, insomnes y desconcertantes. No podía moverse de la cama, así que la angustia inicial por ver reducido su espacio vital a esas cuatro paredes impersonales, inmóvil, se tornó en una actividad mental extraordinaria. De la divagación a la lectura, al dibujo, pensar, meditar, seguir divagando,... Toda esa actividad era necesaria, a su juicio, para disuadir la insistencia del Tiempo de acorralarle allí dentro. Y los libros empezaron a darle Respuestas.

Así que entonces, cuando la angustia tornó actividad, nada cambió mucho y Preguntas siguieron en hojas en blanco. En su refugio carcelario, contemplando horizontes nocturnos y desechando fronteras mentales, divagando sobre preguntas a las que libros dicen contestar, deshojando misterios que entrañan más y más misterios, hojas en blanco que conducen a más hojas en blanco con Preguntas, Respuestas imposibles cada vez más largas y actividad constante, es donde Rogelio sigue. Así es como Rogelio Es. Así sigue Rogelio, preguntándose todo lo que puede ser preguntado, intentando responder lo que puede ser respondido. Matando el Tiempo.

No buscamos respuestas, buscamos "La Respuesta"
¿Existe?

Supuestamente una crisis

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15/4/08

Montones de libros se apilan en las estanterías de Rogelio. Cuando pasas por delante de ellos es inevitable echarles un vistazo. Siempre hay alguno escondido esperando ser leído por ti. Alguno nuevo con muchos años de antigüedad, lo más probable. De vez en cuando, con la excusa de vaciar un poco las ya abarrotadas estanterías, Rogelio hace paquetes de libros y los reparte entre sus amigos. En cierto modo, deshacerse de todos esos libros es un acto de purificación para él. Es el resultado físico de una decisión intelectual: "¿De qué sirve acumular tantos libros? Montones de libros abarrotados de pesadas hojas escritas sin ninguna función más que la que ya tuvieron, y que probablemente ya olvidé. No quiero que mi casa soporte tanto peso".

Ayer Rogelio tiró muchos libros a la basura. Estaban ya en el contenedor cuando fueron a buscarlos. No eran para él, eran para repartir, como siempre, y es que en algunos momentos la idea que embarga la mente de Rogelio es que leer no tiene ningún sentido, por lo tanto no lo tiene para nadie. Esta “crisis pasajera de lectura”, como él mismo suele llamar, terminó con el amigo sujetado por detrás para intentar rescatar a los montones de pesadas hojas de su fin. Por suerte, volverán a ser leídas.

“Quizá terminen en el mismo sitio de donde las sacaste”, dijo cabizbajo mientras volvían a subir a su piso. “Quizá”, contestó, aunque prefiero decírtelo después de leerlos. Así que el amigo, después de haber recibido las pertinentes introducciones de cada uno de los libros, se llevó a la espalda aquella remesa de refugiados rescatados de una crisis existencial, con una enorme sonrisa en el rostro, sabedor de su suerte al rodearse de gente como Rogelio, que le ofrecía tantas oportunidades, suerte acrecentada, además, por encontrarse precisamente allí en aquel momento. Sino: ¡qué amargo destino el del olvido de los libros!

La lógica respuesta a la realidad institucionalizada

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12/4/08

La lógica reacción a los resultados inesperados está compuesta por vociferados sinsentidos mezclados con amargos deseos expresados por la locura más sombría, esa que se esconde, de la que imprudentemente nos avergonzamos, pero con la cual nos defendemos como muestra de nuestra más sincera respuesta.

Porque hay ideas sacadas de lugares remotos, más propias de mundos lovecraftianos y de largometrajes bergmanianos que de la fina capa de asumida normalidad. Simplemente nadie lo entiende (y pocos lo asumen), aunque muchos lo piensen y se lleven su parte -la que se construyen-, hacia propios pensamientos narcóticos, hacia esos lugares prediseñados la llave de los cuales solo ellos mismos poseen, espacios acomodados a sus (mis) íntimas neurosis.

Es la magia de los magos que vuelve de nuevo, la locura de los necios (de los sabios) que aparece por enésima vez; enteógenos diluidos en los vasos sanguíneos que ayudan a olvidar y a crear eternamente en el círculo de la existencia creativa -no necesariamente activa-, que nos alimenta constantemente con la ilusión de la realidad.


Si os dan papel pautado, escribid por el otro lado.

Juan Ramón Jiménez

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