Solo si quieres

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27/6/08

“Destellos de genuinos amargos:

de exámenes finales quizá no sea

más de respuestas idóneas que ajenas parecen impropias.”


La lluvia aparece en el calor de la noche; amiga al rescate…

otros desaparecen, oscurecen, apagan y se van

[como si el partir deba sin más romper]



los frágiles hilos de la realidad te convencen de la soledad

fracciones de segundo antes de sentir apego

de Aquello.

lo demás

lo que vuelve y se va

de lo que intuyes que va a ser y después ya fue

de lo que se acerca y de pronto ya no alcanzas nunca más

de lo que te alejas justo cuando lo empiezas a ver


decides que lo mejor no puede ser ayer;

duermes y lo sueñas otra última vez:

es domingo y la luz te acurruca

tus sentidos se alegran de tan dulce placer

saber que cuando menos lo esperes, la lluvia va a caer

estás allí y no puedes creer que no es

así que Es, y la lluvia entonces cae, lo limpia todo, lo cubre de la nitidez que nada esconde,

que enciende el brillo y sacude el moho. Tu sales y te empapas, abres la boca y lo absorbes,

te frotas la cara con las manos y es cierto: Es. Estás allí tumbado con Ellos, por qué eres

Ellos, por qué ellos te hacen ser a Ti.


cuando despiertas todo es blanco y domingo y lo es, lo crees por qué lo que crees Es.





A todos Ellos: a los que se fueron, los que vendrán, que se irán y a los que se quedaran.

Acné suicida

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12/6/08

- Qué calor que hace -se lamenta Rogelia-, si la semana pasada llovía y parecía que el verano nunca iba a llegar.

Si la inconformidad permanente fuera un don, Rogelia sería muy afortunada. Allí sentada al sol, tomándose su cortado de cada tarde, no tuvo su mejor levantar, y a pesar de tomarse el día libre (una de las ventajas de su trabajo), no parece que la mañana le fuera muy positiva. A su camarero C, por ejemplo, lo había hecho volver después de haberles servido (después de haberle hecho esperar antes mientras resolvía la duda de qué pedir –aunque pidiera siempre lo mismo):

- ¡Tráeme un vasito con hielo cariño! -Le gritó con un dedo en el aire.

- ¡Buff! No puedo soportar estos cambios bruscos, me alteran el metabolismo y me estresan. Esta noche tuve un sueño rarísimo donde alguien me decía llorando que mi padre había muerto…me entró un mal rollo. Tuve que llamarle a las seis de la mañana…

- Venga ya Rogelia: Qué metabolismo ni que narices. Primero pedías lluvia –replica E sin dejar de hojear el periódico, sin menospreciar la opinión de su amiga, pero sin sorprenderse nada-. A los cuatro días ya clamabas por un poco de sol, y ahora te quejas de lo uno y de lo otro. Lo tuyo es quejarte corazón –sentencia.

- Tío no seas plasta. Ya sabes que yo soy muy sensible –dice mientras estira los brazos y goza con un enorme bostezo, esos que se aparejan con todos los músculos del cuerpo y producen un extraño efecto relajante posterior-. Mi cuerpo está hecho para climas suaves –dice, continuando con sus estiramientos como si acabara de levantarse-, sin demasiadas alteraciones ambientales, y con todo eso del cambio climático y la crisis y todo aquí ya no sabe uno lo que va a encontrarse. No sabes si ponerte la chaqueta o las chanclas, llevarte las gafas de sol o el paraguas, o quedarte en casa para no gastar. Se está convirtiendo todo en un rollo...

- Si amor, por eso estás tan estresada aquí en la terracita con este sol tan rico. Lo que haces cada tarde, en definitiva. En un par de días se te pasa, ya verás. Escucha lo que acabo de leer: “Uno de cada veinte afectados de acné piensa en el suicidio”. Y dice que ocho de cada diez españoles padece acné en algún momento de su vida. Eso significa que -levanta la cabeza, haciendo ademán de calcular-. Eso significa que unos siete millones de españoles han pensado en suicidarse. ¡Increíble!

Remueve un poco su taza de té y lo prueba.

- ¿Estás pensando tu en el suicidio?

E suelta esa impertinencia (o esa irónica interpelación) sin inmutarse en absoluto, con los ojos escondidos detrás de sus gafas y con la cabeza agachada en dirección a las páginas del periódico. Solo un leve levantar de cejas insinúa un rápido vistazo a la reacción de Rogelia.

- ¿Insinúas que tengo acné? –suelta ofendida, cruzándose de brazos-. No pretenderás que a mi edad un par de granitos puedan considerarse acné…menudo sinvergüenza estás hecho.

Un atractivo chico, de esos que aparentan no importarle su aspecto (pero que por supuesto si les importa), pasea a su perro "snob" por la plaza. Los vecinos de Rogelia (los qué ladran a las ocho de la mañana cada domingo) corretean ansiosos después de salir del cole, dando patadas al balón, obligando a las palomas a usar sus reflejos para esquivarlo, mientras una viejecita se empeña en hacer entrar una colilla por la alcantarilla (sin duda su posición nada erguida que el paso de los años le fuerza a tomar la invita a mirar constantemente el suelo. Puede que las colillas la molesten demasiado como para dejarlas allí. O puede que no tenga mucho más que hacer. O que se sienta mejor haciéndolo. O que al mismo tiempo que todo lo anterior esté pensando en el imbécil que la tiró –o en el que fuma cigarrillos-). Solo es ahora que los críos interrumpen el silencio de la plaza, hasta entonces todo eran murmullos y pajaros charlando distendidamente en los centenarios olmos. La plaza a esa hora empieza a llenarse de gentes que acuden para sentarse y charlar o tomar el sol o hablar o todo esto y lo demás en una tarde tranquila, muy tranquila (como la mayoría), y que hace imposible que la conversación de E y Rogelia acabe en discusión. Más porqué E y Rogelia llevan una vida sosegada. Más porqué se quieren y no necesitan desahogar sus malas energías el uno al otro (porqué no las tienen) Una vida que dentro de lo que les ofrecieron, supieron escoger bien.

- Bueno –habla por fin E, después de unos minutos en que siguió leyendo el periódico, olvidaron el comentario y ella se dedicó a observar a su alrededor, a sacarles la lengua a los vecinitos y a preguntarse sobre las aficiones de la ancianita-, yo pienso en el suicidio muchas veces, aunque lo pienso y lo olvido al instante.

- Si, qué chorrada -añade Rogelia rizándose los rizos-, con lo avanzada que está la medicina hoy en día: la de buenos tratamientos que debe haber para el acné...¡Gracias guapo! -dice guiñándole el ojo a C mientras le traé el vaso con hielo-. Estaba a punto de morirme del calor. Me lo echaré por encima a ver si me pasa.

Entonces sus miradas se cruzan unos segundos y progresivamente, rehuyendo los ojos del otro pero inexplicablemente volviendo a encontrarse, su expresión neutra va transformándose en una leve sonrisa hasta que, conscientes de la absurdidad de todo y la relatividad de las cosas y de la conversación que acaban de tener y de aquellos lenguajes que solo entienden ellos o que incluso no comprenden pero adoran, no son capaces de soportarlo más y empiezan a reírse desembocando en una orgiástica representación: descompuestos por los suelos, atrayendo la incrédula mirada de quien les rodea. Algunos pierden la atención en ellos, otros empiezan a reírse con ellos, así, sin más.


Sonidos primaverales

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2/6/08

(Efeméride a comentar: el que viene a continuación es el post número 100 de este blog)


Decidido a adjudicarse todos los premios, se levanta por la mañana aún con la convicción que podrá llevarse a su amigo al partido. Cuando más tarde le comunican que no podrá ser así, se encoje de hombros y lleva a su amigo al partido de todos modos. La ilusión de envolverse con la magia que dicen rodea ese estadio puede más que el dolor del precio que hay que pagar. Su equipo, con solo una derrota en casa en lo que va de año, inspira los mejores augurios, aunque luego pierde etrepitosamente, dejándoles un agrio sabor que solo es capaz de desaparecer con la dulzura del bourbon con cola.

El viernes el trabajo es más que nunca un trabajo. El intento de salir de la cama se prolonga más de lo deseado (aunque menos de lo necesario) y llega tarde a la oficina. Por suerte su jefe nunca llega pronto, ahorrándose de ese modo sus comentarios sarnosos. Es viernes y solo cuatro horas de sueño impiden que cualquier esfuerzo intelectual se convierta en esfuerzo productivo; simplemente no hay esfuerzo. Sale a comprar el desayuno para los compañeros (este viernes le toca a él). Se toman el café y las perrunas en la terraza, alargando bastante todo el proceso, con la agitación de conocerse en viernes y el agotamiento de todos los días pasados. No son las tres menos cuarto pero decide irse, preguntándose además por qué debía de pasarse las horas en la oficina sin hacer nada (cuando podía no hacer nada), o no haciendo nada productivo para la empresa, en vez de dedicárselos a él mismo, a descansar de la funky night anterior, por ejemplo.

A las ocho de la tarde ya están listos y empiezan a regodearse con la noche que tienen por delante. Sin duda, como muchos expertos así constatan, el resultado final depende mucho de una buena previa que no del hecho en si. En casi todos los proyectos comunes, diría. Calentarse juntos. Pensar en lo que íbamos a hacer, y claro, empezar a beber, comer algo, preparar el kit festivalero (a saber: ropa y calzado cómodo, petaca de bourbon con maría, gafas de sol –por si se alarga hasta entonces-, hoja impresa de los horarios de los conciertos –con los importantes remarcados- y una motivación e intención que vaya construyéndose entre los dos).

Inicialmente la entrada al recinto se complica: un par de errores de cálculo obligan a buscar en la reventa. Finalmente, la suerte y la voluntad entran en escena y sale más a cuenta -económicamente hablando- el abono completo que a la mayoría de los ya presentes. De hecho, como el día siguiente también se incluye, los planes cambian un poco (hay que dosificarse, solo un poquito, dicen), así que el ritmo aumenta acorde a las horas que se intuyen por delante. Aviso para navegantes: ir de festival es un trabajo duro que requiere de una buena preparación física y mental.

Las expectativas nunca suelen cumplirse. Unas veces por excesivas y otras por poco pretenciosas. En su caso, hay un cúmulo de sustancias que se mezclan en el ambiente que les transportan más allá de lo que su percepción es capaz de asimilar: los robóticos de Devo y los atmosféricos Polvo pero sobretodo la heroína de Chan Marshall, que no ironía, son los causantes de la locura colectiva -creciente-. El resto de drogas hacen el resto. Pero en un momento dado todo ha terminado y están de vuelta en la cama, durmiendo y aprovechando sus cuatro horas de sueño, las mismas que pasan antes que suene su teléfono y se vistan, desayunen rápido en la panadería de la esquina y bajen para cumplir (con un par de huevos) con el dichoso torneo de bares. Y no, en realidad el campeonato es de futbol, futbol entre equipos de bares.

Ocho horas más tarde vuelve a estar en el terreno de juego, el de baloncesto, por segunda vez. Pero esta vez sí, esta vez las entradas son gratis. Es la final y los ánimos estan renovados, pero no: pierden de nuevo (ya son tres partidos perdidos en casa en lo que va de temporada, dos de los cuales presenciados por ellos), así que de vuelta al bourbon con cola.

El segundo día de festival lo empieza él solo, primero sacando tajada de la segunda entrada que nadie quiso aprovechar y que dos tipos pretenden (viva la reventa ¡joder!) y luego paseando y fotografiando un poco aquí un poco allí.

Las horas venideras son un poco confusas, tanto para quien escribe como para quien las vivió (aunque no tanto por causa de la memoria como del pudor por el desnudo), así que resumiendo lo resumible, solo unas pocas imágenes se mezclan en la retina: un inicio de paseos y charlas civilizadas, agarrones en terreno vip, donde el par de locos de la colina que le empujan se dedican a sobar tetas (¡hay pruebas!) y a soplar fuerte; comentarios incontinentes en Tindersticks; ensordecedores melodías con Dinosaur Jr.; encuentros del pasado (y el presente) durante largas horas de Animal Collective y otros tantos sin nombre que recuerde, tormentas caídas con la luz del día y quizá pueda que también encuentros del futuro.

Pero la imagen que permite ser contada y que constata teorías y rechaza fórmulas exactas es despertando al mediodía, con la cabeza aún retumbando, la boca seca, las piernas resentidas y los oídos estériles percibiendo como una débil y confusa voz inquiere a su lado: “¡Por favor, ¿puedes decirme donde estoy?!”



Si os dan papel pautado, escribid por el otro lado.

Juan Ramón Jiménez

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