Guerras, taxistas y pepinillos

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3/5/08

El control del subconsciente incita a la subordinación
de las mentes, sino, díselo a mi gato.

Rebuscando en la despensa algo con lo que saciar un incipiente apetito, el tarro de pepinillos –que entonces ya tenía entre manos- hizo que me acordase de aquella historia tan singular que hablaba de un tipo que el día en que se levantó con la polla tan pequeña como un pepinillo su mundo se vino abajo. Forjado donde las virtudes se expresan en centímetros, ese grandullón pasó a ser chiquitín y los días, como los pepinillos, con vinagre algunos y agridulces otros tantos. Tal era la constelación de perjuicios que su diminuto instrumento acarreaba con el mero hecho de su existencia, que sin más preludio, un día no pudo soportarlo un segundo más y ¡zas! Cortó en seco. “Ya está –dijo con el culpable entre sus toscos dedos-. Problema resuelto”.

“¿Qué capullo verdad? -pensaba mientras observaba uno de esos pepinillos-. No entiendo en qué resolvería cortarse el pito sus problemas –y le daba un mordisco-. Un tío sin polla. ¿Qué solución es esa?” y seguí saciando mi apetito.

Por aquel entonces no comprendía nada. De pronto, como intentando buscar respuestas, saqué mi pene y lo miré; estuve un rato reflexionando. Si, era cierto, le tenía un aprecio especial; me importaba, sentía que era mío, parte de mi. Pero nada más: estaba ahí, cambiaba de tamaño, tenía días tontos y otros menos, como todos, pero seguía siendo el mismo. Seguía siendo yo.

Ahora lo pienso y sigo sin comprender tal historia, más soy consciente que el orden de lo inaudito está más cerca de lo que creemos. Y si un tarro de pepinillos puede saciar mi apetito y transportarme a historias imposibles, cortarte la polla y creer que así resuelves tus problemas puede ser perfectamente posible.

Paseando por esas calles homosexualizadas del Eixample, un yanqui de blanco que repasó mi figura de arriba a abajo hizo acordarme que el gobierno de su país ideo hace algún tiempo una bomba “gay”. Si, si: una puta bomba “gay”, la llamaron. Supuestamente, tal artefacto liberaba un tipo de gas (o feromonas o qué coño sé yo) cuyo efecto, al ser inhalado, incitaba a los soldados a dejar las armas y a meterse al trapo, o al trabuco, para emplear un lenguaje más castrense. Entonces era el momento del contraataque, con las tropas se supone que de festín singular en tierra de nadie. Resultó ser un fracaso. No tengo ni idea de por qué, pero imagino que la incomodidad del campo de batalla, entre barro, trincheras, alambre de espino y los capullos del otro lado mirándote con prismáticos echaban más para atrás que no el jodido gas afrodisíaco. O quizá más bien todo lo contrario: que el efecto del gas les resultara contraproducente ya que al sembrar tal cantidad de desenfreno entre las filas enemigas, éstos volvíanse, debido al roce propio del acto mismo, un grupo más unido y por tanto más difícil de vencer. “Eso les debe ocurrir a los gays, por eso crean sus propios guetos y montan hoteles para, tiendas de, viajes con, fiestas por el…”, pensé yo. Aunque si ese fuese el caso, tengo por seguro que a buen recaudo tendrán guardada la fórmula estos yanquis, no vaya a esparcirse tal semilla y San Francisco, Mikonos o Barcelona (con el hotel Axel al frente) se rebelen contra el imperio de lo hetero, o peor: no vayan a terminarse las guerras por contagiar el mundo entero con el deseo de fornicar a todas horas, con todo dios.

¿Qué demonios le pasa a este mundo de tarados mentales que secuestran a hijas y se las follan y tienen hijos con ellas y se las siguen follando y subyugando y torturando? Mierda, que los taxis echen gas follador por los tubos de escape, incluso así los taxistas puede que algún día conduzcan bien, y nos dejemos de guerras estúpidas por la cola del pan o las muestras gratis de paté de jengibre.

Pero no, las guerras, como los tarados, seguirán existiendo. Lo menos contraproducente, en este caso, es no tenerla demasiado grande, no sea que algún día te digan que no es tan grande como creíste, y estar lo suficientemente tarado como para no entenderte algunas veces, pero no tanto como para llegar a cortarte tu pepinillo. Tío: no pasa nada por tener un pepinillo chiquitito, tu hija no merece ser secuestrada y violada durante veinte años por eso. No va a solucionar tus problemas. Mejor acéptalo y dedícate a chuparlos si acaso, cabrón.

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Si os dan papel pautado, escribid por el otro lado.

Juan Ramón Jiménez

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