The Host of Seraphim

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22/9/06

Dentro de las voluntades y designios que nuestro más que debatido sistema económico genera, altamente dispar e injusto en cuanto a distribución de rentas se refiere, se engloban una serie de cualidades o causas propias que no distinguen de cunas o procedencias. Esos mecanismos dados, algunas veces ya restrictivos por si mismos, encierran un principio igualitario que los hace curiosamente distintos a los principios de dominación de poder, que a través del dinero, el capitalismo conlleva. Aunque bien pensado tampoco se podría afirmar que tales excepciones igualitarias arrastren consigo algún efecto positivo a ricos y pobres, al menos no por el momento, son sin duda casos a tener en cuenta. Y lo son debido a que es entonces cuando, a pesar de la más que segura negativa de aquellos que poseen fortunas en aceptar tales situaciones, todo aquél implicado en ellas pierde casi por completo su estatus económico y social y pasa a formar parte de un grupo prácticamente homogéneo.

Para hacerme entender, vamos a tratar de visualizarlo en una situación que muchos de nosotros hemos padecido de alguna forma. Hablo de los retrasos en los aeropuertos; esa horrible e inevitable espera en una Terminal determinada de un aeropuerto determinado, exactamente igual a cualquier Terminal en cualquier aeropuerto. En esos momentos de frustración durante la espera, todos somos víctimas por igual: da igual de dónde seamos, de que color tengamos la piel o de si tenemos una bonita casa, de si nuestro coche habla o de si acabamos de vender ciertos activos de tal empresa porqué poseemos información privilegiada que nos advierte de la inminente quiebra. I da lo mismo por que puede darse el caso de que en la misma situación en la que tu te encuentras – allí sentado, esperando –, haya alguien a quien el banco le acabe de quitar la casa y se encuentre arruinado, o alguien que esté intentando pasar la frontera con un pasaporte ilegal para buscarse una vida mejor, o incluso puede que algún feliz empleado de la empresa de la cual tu te acabas de vender los activos vuelva de sus felices vacaciones con su feliz familia.

Pero no vamos a ser excesivamente demagogos –¿quién puede evitar serlo un poco?-, acortaremos márgenes: Puede que ni aquellos verdaderamente pobres viajen en avión – aunque se puede ser muy pobre y hacerlo para emigrar - y que aquellos que son extremadamente ricos tengan su avión privado que les eluda esperar –aunque a veces los retrasos sean por razones meteorológicas-. Puede que todo esto suceda, así como que aquellos tocados con la vara del dinero tengan una espera más confortable en una sala aparte, o incluso puede que compren otro billete o que pasen el tiempo perdiendo un dinero que no les hace falta en el casino del aeropuerto, distraídos y divertidos. Así es posible que suceda, ya sabemos todos que las leyes universales no son muchas, y que incluso ésas pueden estar equivocadas nosotros sin saberlo, aunque nuestro ser consciente no nos va a negar que es ahí cuando un conglomerado de personas de distinta procedencia se reúne, y es en esas situaciones de impotencia, de espera forzada, donde el dinero pierde su valor más esencial: el poder. Es durante aquella espera, sentados en aquella silla que al principio nos pareció cómoda, volviendo la cabeza de vez en cuando para mirar en algún marcador electrónico cuanto nos queda allí sentados, observando las a veces inexpresivas, a veces agotadas caras de aquellos que nos rodean, es entonces cuando la división de clases que el hombre creó ya hace mucho desaparece casi por completo y deja paso a un sentimiento único: la frustración y hasta incluso la fraternidad con los demás allí damnificados. Por que no vamos a negar que uno de nuestros bienes más preciados, e igualmente valorado tanto por parte de ricos como de pobres, es este nuestro Tiempo, aquél con mayúscula, ya que todos sabemos lo escaso que nos es.

¿Quién puede entonces gritarle a la chica inocente de facturación que es tal o cual y que debe hacer algo por remediar la situación? O mejor: ¿Quién va a conseguir algo por ser alguien rico? No, solo queda esperar y mitigar la ira creciente, y pensar quizá en escribir algo sobre lo que está ocurriendo, como yo hice entonces.

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Si os dan papel pautado, escribid por el otro lado.

Juan Ramón Jiménez

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