Acné suicida

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12/6/08

- Qué calor que hace -se lamenta Rogelia-, si la semana pasada llovía y parecía que el verano nunca iba a llegar.

Si la inconformidad permanente fuera un don, Rogelia sería muy afortunada. Allí sentada al sol, tomándose su cortado de cada tarde, no tuvo su mejor levantar, y a pesar de tomarse el día libre (una de las ventajas de su trabajo), no parece que la mañana le fuera muy positiva. A su camarero C, por ejemplo, lo había hecho volver después de haberles servido (después de haberle hecho esperar antes mientras resolvía la duda de qué pedir –aunque pidiera siempre lo mismo):

- ¡Tráeme un vasito con hielo cariño! -Le gritó con un dedo en el aire.

- ¡Buff! No puedo soportar estos cambios bruscos, me alteran el metabolismo y me estresan. Esta noche tuve un sueño rarísimo donde alguien me decía llorando que mi padre había muerto…me entró un mal rollo. Tuve que llamarle a las seis de la mañana…

- Venga ya Rogelia: Qué metabolismo ni que narices. Primero pedías lluvia –replica E sin dejar de hojear el periódico, sin menospreciar la opinión de su amiga, pero sin sorprenderse nada-. A los cuatro días ya clamabas por un poco de sol, y ahora te quejas de lo uno y de lo otro. Lo tuyo es quejarte corazón –sentencia.

- Tío no seas plasta. Ya sabes que yo soy muy sensible –dice mientras estira los brazos y goza con un enorme bostezo, esos que se aparejan con todos los músculos del cuerpo y producen un extraño efecto relajante posterior-. Mi cuerpo está hecho para climas suaves –dice, continuando con sus estiramientos como si acabara de levantarse-, sin demasiadas alteraciones ambientales, y con todo eso del cambio climático y la crisis y todo aquí ya no sabe uno lo que va a encontrarse. No sabes si ponerte la chaqueta o las chanclas, llevarte las gafas de sol o el paraguas, o quedarte en casa para no gastar. Se está convirtiendo todo en un rollo...

- Si amor, por eso estás tan estresada aquí en la terracita con este sol tan rico. Lo que haces cada tarde, en definitiva. En un par de días se te pasa, ya verás. Escucha lo que acabo de leer: “Uno de cada veinte afectados de acné piensa en el suicidio”. Y dice que ocho de cada diez españoles padece acné en algún momento de su vida. Eso significa que -levanta la cabeza, haciendo ademán de calcular-. Eso significa que unos siete millones de españoles han pensado en suicidarse. ¡Increíble!

Remueve un poco su taza de té y lo prueba.

- ¿Estás pensando tu en el suicidio?

E suelta esa impertinencia (o esa irónica interpelación) sin inmutarse en absoluto, con los ojos escondidos detrás de sus gafas y con la cabeza agachada en dirección a las páginas del periódico. Solo un leve levantar de cejas insinúa un rápido vistazo a la reacción de Rogelia.

- ¿Insinúas que tengo acné? –suelta ofendida, cruzándose de brazos-. No pretenderás que a mi edad un par de granitos puedan considerarse acné…menudo sinvergüenza estás hecho.

Un atractivo chico, de esos que aparentan no importarle su aspecto (pero que por supuesto si les importa), pasea a su perro "snob" por la plaza. Los vecinos de Rogelia (los qué ladran a las ocho de la mañana cada domingo) corretean ansiosos después de salir del cole, dando patadas al balón, obligando a las palomas a usar sus reflejos para esquivarlo, mientras una viejecita se empeña en hacer entrar una colilla por la alcantarilla (sin duda su posición nada erguida que el paso de los años le fuerza a tomar la invita a mirar constantemente el suelo. Puede que las colillas la molesten demasiado como para dejarlas allí. O puede que no tenga mucho más que hacer. O que se sienta mejor haciéndolo. O que al mismo tiempo que todo lo anterior esté pensando en el imbécil que la tiró –o en el que fuma cigarrillos-). Solo es ahora que los críos interrumpen el silencio de la plaza, hasta entonces todo eran murmullos y pajaros charlando distendidamente en los centenarios olmos. La plaza a esa hora empieza a llenarse de gentes que acuden para sentarse y charlar o tomar el sol o hablar o todo esto y lo demás en una tarde tranquila, muy tranquila (como la mayoría), y que hace imposible que la conversación de E y Rogelia acabe en discusión. Más porqué E y Rogelia llevan una vida sosegada. Más porqué se quieren y no necesitan desahogar sus malas energías el uno al otro (porqué no las tienen) Una vida que dentro de lo que les ofrecieron, supieron escoger bien.

- Bueno –habla por fin E, después de unos minutos en que siguió leyendo el periódico, olvidaron el comentario y ella se dedicó a observar a su alrededor, a sacarles la lengua a los vecinitos y a preguntarse sobre las aficiones de la ancianita-, yo pienso en el suicidio muchas veces, aunque lo pienso y lo olvido al instante.

- Si, qué chorrada -añade Rogelia rizándose los rizos-, con lo avanzada que está la medicina hoy en día: la de buenos tratamientos que debe haber para el acné...¡Gracias guapo! -dice guiñándole el ojo a C mientras le traé el vaso con hielo-. Estaba a punto de morirme del calor. Me lo echaré por encima a ver si me pasa.

Entonces sus miradas se cruzan unos segundos y progresivamente, rehuyendo los ojos del otro pero inexplicablemente volviendo a encontrarse, su expresión neutra va transformándose en una leve sonrisa hasta que, conscientes de la absurdidad de todo y la relatividad de las cosas y de la conversación que acaban de tener y de aquellos lenguajes que solo entienden ellos o que incluso no comprenden pero adoran, no son capaces de soportarlo más y empiezan a reírse desembocando en una orgiástica representación: descompuestos por los suelos, atrayendo la incrédula mirada de quien les rodea. Algunos pierden la atención en ellos, otros empiezan a reírse con ellos, así, sin más.


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Juan Ramón Jiménez

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