Sonidos primaverales

2c

2/6/08

(Efeméride a comentar: el que viene a continuación es el post número 100 de este blog)


Decidido a adjudicarse todos los premios, se levanta por la mañana aún con la convicción que podrá llevarse a su amigo al partido. Cuando más tarde le comunican que no podrá ser así, se encoje de hombros y lleva a su amigo al partido de todos modos. La ilusión de envolverse con la magia que dicen rodea ese estadio puede más que el dolor del precio que hay que pagar. Su equipo, con solo una derrota en casa en lo que va de año, inspira los mejores augurios, aunque luego pierde etrepitosamente, dejándoles un agrio sabor que solo es capaz de desaparecer con la dulzura del bourbon con cola.

El viernes el trabajo es más que nunca un trabajo. El intento de salir de la cama se prolonga más de lo deseado (aunque menos de lo necesario) y llega tarde a la oficina. Por suerte su jefe nunca llega pronto, ahorrándose de ese modo sus comentarios sarnosos. Es viernes y solo cuatro horas de sueño impiden que cualquier esfuerzo intelectual se convierta en esfuerzo productivo; simplemente no hay esfuerzo. Sale a comprar el desayuno para los compañeros (este viernes le toca a él). Se toman el café y las perrunas en la terraza, alargando bastante todo el proceso, con la agitación de conocerse en viernes y el agotamiento de todos los días pasados. No son las tres menos cuarto pero decide irse, preguntándose además por qué debía de pasarse las horas en la oficina sin hacer nada (cuando podía no hacer nada), o no haciendo nada productivo para la empresa, en vez de dedicárselos a él mismo, a descansar de la funky night anterior, por ejemplo.

A las ocho de la tarde ya están listos y empiezan a regodearse con la noche que tienen por delante. Sin duda, como muchos expertos así constatan, el resultado final depende mucho de una buena previa que no del hecho en si. En casi todos los proyectos comunes, diría. Calentarse juntos. Pensar en lo que íbamos a hacer, y claro, empezar a beber, comer algo, preparar el kit festivalero (a saber: ropa y calzado cómodo, petaca de bourbon con maría, gafas de sol –por si se alarga hasta entonces-, hoja impresa de los horarios de los conciertos –con los importantes remarcados- y una motivación e intención que vaya construyéndose entre los dos).

Inicialmente la entrada al recinto se complica: un par de errores de cálculo obligan a buscar en la reventa. Finalmente, la suerte y la voluntad entran en escena y sale más a cuenta -económicamente hablando- el abono completo que a la mayoría de los ya presentes. De hecho, como el día siguiente también se incluye, los planes cambian un poco (hay que dosificarse, solo un poquito, dicen), así que el ritmo aumenta acorde a las horas que se intuyen por delante. Aviso para navegantes: ir de festival es un trabajo duro que requiere de una buena preparación física y mental.

Las expectativas nunca suelen cumplirse. Unas veces por excesivas y otras por poco pretenciosas. En su caso, hay un cúmulo de sustancias que se mezclan en el ambiente que les transportan más allá de lo que su percepción es capaz de asimilar: los robóticos de Devo y los atmosféricos Polvo pero sobretodo la heroína de Chan Marshall, que no ironía, son los causantes de la locura colectiva -creciente-. El resto de drogas hacen el resto. Pero en un momento dado todo ha terminado y están de vuelta en la cama, durmiendo y aprovechando sus cuatro horas de sueño, las mismas que pasan antes que suene su teléfono y se vistan, desayunen rápido en la panadería de la esquina y bajen para cumplir (con un par de huevos) con el dichoso torneo de bares. Y no, en realidad el campeonato es de futbol, futbol entre equipos de bares.

Ocho horas más tarde vuelve a estar en el terreno de juego, el de baloncesto, por segunda vez. Pero esta vez sí, esta vez las entradas son gratis. Es la final y los ánimos estan renovados, pero no: pierden de nuevo (ya son tres partidos perdidos en casa en lo que va de temporada, dos de los cuales presenciados por ellos), así que de vuelta al bourbon con cola.

El segundo día de festival lo empieza él solo, primero sacando tajada de la segunda entrada que nadie quiso aprovechar y que dos tipos pretenden (viva la reventa ¡joder!) y luego paseando y fotografiando un poco aquí un poco allí.

Las horas venideras son un poco confusas, tanto para quien escribe como para quien las vivió (aunque no tanto por causa de la memoria como del pudor por el desnudo), así que resumiendo lo resumible, solo unas pocas imágenes se mezclan en la retina: un inicio de paseos y charlas civilizadas, agarrones en terreno vip, donde el par de locos de la colina que le empujan se dedican a sobar tetas (¡hay pruebas!) y a soplar fuerte; comentarios incontinentes en Tindersticks; ensordecedores melodías con Dinosaur Jr.; encuentros del pasado (y el presente) durante largas horas de Animal Collective y otros tantos sin nombre que recuerde, tormentas caídas con la luz del día y quizá pueda que también encuentros del futuro.

Pero la imagen que permite ser contada y que constata teorías y rechaza fórmulas exactas es despertando al mediodía, con la cabeza aún retumbando, la boca seca, las piernas resentidas y los oídos estériles percibiendo como una débil y confusa voz inquiere a su lado: “¡Por favor, ¿puedes decirme donde estoy?!”

2 reacciones:

  1. hummmm me ha venido bien leer esto, mientras apalancaba por 10 minutos la putamulticopiadoraescaneadorafaximpresora de Dios y me dedicaba a pensar en "cuándo-tendré-yo-horarios-asi"...
    todo bien enano? y si no es así, lo cuentas de tal manera q tal parece...
    Ha llegado ya el ave?
    vuelvo a mi rutina 40horassemanalesquenisikieramepermitensermileurista, queda con Dios, yo sigo con mi papel putamente pautado!
    petonets!!!!

    Anónimo

    16:15
  2. ¡por favor, puedes decirme donde estoy?!



Si os dan papel pautado, escribid por el otro lado.

Juan Ramón Jiménez

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