Déjame pasar que voy con prisas

0c

2/1/06

El sábado por la mañana fui a comprar. Inocente de mí no sabía lo que significaba eso en día 31 de diciembre. Tuve que ir en el último momento ya que, de hecho, decidimos lo que finalmente hacer el día anterior. No sé si fue sorpresa o no, pero si fue cierto que estaban las calles abarrotadas de gente haciendo las ultimas compras; exactamente lo que yo estaba haciendo. En el supermercado, la sección más demandada era la pescadería, con una cola de quince minutos o más. Evidentemente no cogí número, y pasé directamente a la sección de congelados, la cual me podía ofrecer los “mismos” productos con un alivio temporal considerable. No tomé nota de lo que más se vendía, ya que mi deseo era el de salir cuanto antes posible del atasco en el que me había metido. Entre carros, empleados reponiendo productos, la cola, los gritos de las pescaderas (los algunos tópicos son ciertos) y el poco espacio de la sección en si misma, la maniobrabilidad resulta de la ecuación inversa a la paciencia. Pues bien, entre todo ello, no me fijé en lo que la gente más pedía, aunque sí me percaté de la sección especial de gambas y langostinos (con los precios por las nubes). Algo curioso es que por estas fechas se sacan productos a la venta que normalmente no encontramos. Si más no, se sitúan en sitios bien visibles y en cantidades considerables. A mi me llaman la atención los aperitivos tipo bacón con dátiles, las extensas estanterías con distintas variedades de piña – en almíbar, naturales, en rodajas, en su jugo,…-, los patés y los racimos de uva –aunque gana terreno la uva pelada y enlatada-. A parte de las tácticas comerciales que se emplean para fomentar el consumo, es interesante también la vertiente antropológica de las compras del último día. Hay la tendencia extendida en los países mediterráneos de hacerlo todo, o casi todo, en el último momento. Eso no acarrea consecuencias nefastas de logística en el resto de días del año, ya que cada uno tiene su propio “último día”, pero en Nochevieja, cuando es todo el mundo que se encuentra en el último día, los resultados pueden ser catastróficos, por lo menos para los nervios de uno. No es nada recomendable para una persona no acostumbrada al ajetreo urbano meterse de lleno en las compras del “último día”. Hay que tener el entrenamiento suficiente y para ello son necesarios años de compras navideñas. Primero uno empieza con los padres: ningún padre con sentido común dejaría a sus hijos solos en el “último día” sin antes haber comprobado su autosuficiencia… Incluso para aquellos que viven en las ciudades, como yo, el acoso y el estrés que uno sufre en este día, pone a prueba la voluntad y el ánimo de uno, y salir indemne de tal ejercicio debe hacerte sentir satisfecho.
Pero el hecho más preocupante de las compras del día 31, que sí, podemos extender a las comprar de todas las navidades, es que al salir a la calle, y a pesar de que te encuentres tranquilo, vas a volver cansado, cabreado y estresado. Y ello, no solo por la aglomeración, la cola y el tumulto en el que te has metido, sino porque la gente no sabe respetar, no se modera y van contagiándote el mal humor y metiéndote más y más ganas de dejar de hacer “cosas especiales” por estas fechas, porque si hacerse sitio en la sociedad en donde vivimos significa forjarse y crecer en situaciones de este tipo, casi prefiero no formar parte de ella.

0 reacciones:



Si os dan papel pautado, escribid por el otro lado.

Juan Ramón Jiménez

anomalías habituales © 2009