Break point*

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6/8/07

Inesperadamente, y más que otra cosa, de un modo indeseado, a veces suceden cierto tipo de experiencias que, una al lado de la otra, y debido a veces a la proximidad temporal entre ellas, además de su propia naturaleza similar, no hacen menos que provocar nuestra reflexión, cuando no nuestro fastidio.

Solemos nombrar casualidades a este tipo de sucesos. En primer lugar por la sorpresa que a ellos viene adherida; también por la aleatoriedad que puedan traer consigo, debido a la dificultad de encontrar en ellos una secuencia lógica que nos permitan conocer el camino que siguieron hasta suceder. Lo desconocido, en resumen, lo incógnito, lo misterioso es lo que provoca que las casualidades nos agarren a destiempo y nos susurren: ¡ey! Por aquí… O escribir estas líneas…

Pero lo casual, como las sorpresas, se vuelve inevitable cuando la punta de hilo que distinguimos entre todo el mar de sucesos corrientes empieza a ceder, y tirando de él, logramos alcanzar aquello a lo que viene atado. Que duda cabe, que precisamente alcanzar ese lugar, que desvela todos los interrogantes que surgen a medida que lo casual se vuelve inevitable, es precisamente el camino más difícil de seguir, por la cantidad de puertas falsas y regresos imposibles que se intuyen a nuestro paso, y motivo asimismo de la permanente disputa conceptual de algo tan cultural, filosófico y espiritual como las casualidades.

Hace una semana perdí algo levemente molesto de perder. Hace cuatro días un pendiente de forma lunar, en cuarto menguante, desapareció sin dejar rastro. Ayer, fatalmente, mi cerebro artificial, pero tradicional, es decir: mi libreta, la que siempre llevo conmigo, la que permite que acceder a mi memoria sea a veces algo instantáneo, decidió borrar de mi vida, por medio del extravío, estúpido y cruel, todo lo que en ella iba anotado.

Más allá de la decepción y la melancolía que pudiera arrebatarme mi felicidad creciente, esos sucesos corrientes adquirieron la categoría de casualidades impertinentes, y me dieron la posibilidad de explorar en los destinos de los hilos atados a la incógnita.

La reflexión primordial del concepto de casual que acude a mi, se deduce como sigue a continuación: la primera pérdida, superficial y poco trascendental, me avisaba de la segunda, algo más sustancial, y aquella de la tercera, la que realmente importó y dolió. Otra reflexión, de marcado acento catastrófico, y de la cual no quiero vivir, pero que tampoco puedo despreciar, es la que me cuenta que otra pérdida mayor está aún por llegar, y que por tanto, el momento del aviso así lo predijo. De todos modos, y esa es mi conclusión final sobre lo casual que permanece incógnito: si en las tres pérdidas anteriores poco pude yo hacer, a pesar de la idea recurrente que implícitamente existió un leve cambio de rutina que pudo en ellas influir, no puedo más que aliviar mi angustia -literaria más que real- arguyendo que si la pérdida mayor realmente existe, ésta es del mismo modo inevitable.

Aunque se me ocurren pérdidas conscientes, probablemente evitables, pero no,…esas no. Si sé que voy a perder algo y no hago nada por evitarlo: ¿lo estoy realmente perdiendo? ¿O simplemente prefiero que siga todo otro rumbo, quizá también inevitable?

Casualidades.




*Solo por la imperiosa necesidad de escribir sobre lo que prosigue se omite la continuación de la serie iniciada anteriormente y que gira alrededor del concepto de hipocresía humana.

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Si os dan papel pautado, escribid por el otro lado.

Juan Ramón Jiménez

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