¡Silencio!: jornada de reflexión

0c

7/3/08

El tiempo lo marcaba el café que tomaban. El movimiento circular de la cucharilla y el repicar en la cerámica marcaron el tempo que les balanceaba. Ese sonido: pura perfección aleatoria. Ciertamente no había lugar para la duda: hablaban de ellos mismos. Cada cual exponía su propia experiencia en cada uno de los argumentos. Piensan que son íntegros, pero ni entonces lo eran. En una tarde nublada defendían seguir, en la siguiente sale el sol y prefieren quedarse. Se trataba de la condición humana, suficientemente maleable como para no sostenerse firme todo el tiempo. Sin embargo, convencidos de hablar verdad, se dedicaban a subrayar los defectos del otro, o de lo que el de aquí hablaba, mientras el café seguía reloj de arena a su antojo.

Tres minutos, lo que pactaron; cuatro segundos por contraplano, veintiún grados en la sala. Nadie alrededor; solo ellos, un agujero donde fijar la mirada y la verdad por delante. Su verdad. La misión es intentar convencer al mayor número de verdades posible. Eso es lo único que les interesa. Da igual lo que les pase por la cabeza, da igual que duden de lo que dicen por qué la condición humana ha sido eliminada por la voluntad de rozar la perfección argumental. La indecisión es tratada como signo de debilidad. La ambigüedad es apreciada por la amplitud de interpretaciones. Por eso no pueden ponerse de acuerdo. Nunca van a aceptar un ápice de la verdad ajena. Aunque sepan de sus debilidades, aunque sepan que uno no existe sin el otro, o más bien debido a que son conscientes de sus debilidades y a que existen gracias a uno y a otro. Se transforman en recetas morales de una ideología particular, más o menos divergente de las otras, pero con el precio que hay que pagar por ello e dejan algo más importante: su humanidad, aquella que permite la duda y el error, pero también la rectificación y la comprensión.

A ellos hablar del futuro les es imposible. Por eso se dedican a vender ilusión en turnos de tres minutos.

El café terminará por enfriarse i la cucharilla perderá su función. Entonces, hablando con el pasado, el presente les convencerá a ambos que lo únicamente cierto es que su tiempo lo decidieron ellos y que sus verdades quizá mañana sean también las del otro, o dejen de ser verdad. Sin embargo, al volver de nuevo a incluirse en el bullicio de la sociedad, hay algo que les empujará, sin más remedio, a gritar: ¡un poco de silencio, por favor!

Dicen que hoy se reflexiona. Lo que ocurre es simplemente que hoy regalan un poco de silencio.

0 reacciones:



Si os dan papel pautado, escribid por el otro lado.

Juan Ramón Jiménez

anomalías habituales © 2009