Day in, day out.

1c

21/3/09

1.

Sabes que nada de lo que escribes es para hoy, ni debe serlo. Aún así, el vacío que recorre tu cuerpo ante la posibilidad de perderlo, de olvidar todo lo que aprendiste y ser incapaz de crear nada con sentido, nada nuevo, ni un poco brillante o deslumbrante que te permita sentirte satisfecho, un poco menos predecible y un poco más sutil. Ese temor que hincha tu estómago de la nada más profunda te envuelve y te paraliza por completo. Esa idea y el vacío que genera te exprime, te absorbe y te consume hasta que el jugo de tu ser, cual racimo de uvas se diluye y fermenta y desaparece ante la espantosa intuición de no ser más que un pequeño e insignificante bote empujado a merced de vientos, corrientes y dioses caprichosos en el vasto océano; de estar desempeñando no más que un triste y banal papel en esta estúpida función de guión confuso y a menudo contradictorio que es la existencia humana.

El rumbo, el mar y la tristeza de un solitario pescador mientras recoge pausadamente su red agudizan esa sensación. Allí a lo lejos, dibujando una nítida silueta donde el horizonte se pega al cielo, rojo y amarillo atardecer y azul, mostrando todo su esplendor antes de teñirse de negro, el solitario pescador prepara la vuelta a tierra. Parece tranquilo rodeado de un mar calmado. Emprende la marcha dejando tras de si la estela del rumbo, el ronsel gallego que se pierde y desaparece entre la agitación del atardecer, entre esos mundos que se cruzan al esfumarse la luz, aproximándose y de pronto alejándose en una mutación cíclica, sin fin. Es quizá esa sensación de algo que se extingue lo que provoca esa tristeza en mi.

Entonces, ante el temor de verme envuelto de nuevo en la oscuridad de la incapacidad, del enésimo desconsuelo del amor, lanzo un grito desesperado hacia mar, hacia el pescador, que parece incluso escuchar: ¡Déjame descansar, vida! Deja que me detenga un minuto aquí, encima de las rocas del rompiente; a oler el sabor del mar, a probar el aroma de la sal que las olas furiosas de mi alma al golpear me alcanzan. Solo hoy, solo unos días más, pero déjame respirar. Me siento ahogado, perdido, sin rumbo. No quiero pensar en todo lo que pasó, en lo que salió bien o en porqué salió mal; en lo que hay detrás de mí ni en lo que dejé o en lo que ya no quiero más.

Déjame por qué quiero cerrar los ojos y encontrarme bien, junto a ti, junto al triste pero tranquilo pescador, tomando unos pinchos de tortilla, bien hecha, no cruda, como te gusta. Sorber hasta la última gota de sidra y escanciar más. Abandonar el coche en la cuneta y huir a pie corriendo por el monte; subir por Igeldo y bajar hasta encontrar la Concha, cruzar la orilla absorbiendo el mar por los tobillos, librar una carrera al más veloz y remontar hasta Jeizkibel; andar, sentirme libre empaparme de sal y reír. Reencontrarme con los balidos de las lanudas ovejas en las verdes y húmedas vertientes, observar esos dos caballos cepillándose la crin, y pasar junto aquél taxista pagando por sentirse aliviado de su frustrante vida sexual, de su frustrante vida; sentirme yo bien y no extraño ni engañado ni ausente de magia entre los dos.



2.



Por la radio, en el transistor se escuchan gritos desesperados… Day in, day out, day in, day out, day in, day out…

Y Así, cual Ian Curtis bipolar, tratando de olvidar. A cientos de quilómetros. A pocos días. Catapultado hasta los barrios obreros de la Manchester post-industrial, nada de Igeldos ni ovejas ni dulces caballos amorosos, nada de tristezas; ciudad de adosadas de ladrillo rojo que un día estaban, al siguiente eran demolidas y al otro reemplazadas por enormes y monótonos bloques futuristas de hormigón gris. Al año ya eran cárceles, cárceles de obreros, donde el más posible de los futuros terminar explotado y enfermo por el humo tóxico de la fábrica donde te arrancarían el alma. Barrios cultivos de pesimismo, hartazgo, drogas y punk. Nidos de jóvenes sin futuro, rebeldes cuyo único pensamiento era cerveza y los Sex Pistols.

Day in, day out,…

Pero la oscuridad, como la noche, no se concibe sin la luz, sin el día. La esclavitud: sin la liberación. Y las letras y la voz y los movimientos ezquizoides de Curtis, con tan solo diecinueve y casado y esclavo y libre a la vez, apostando los ahorros; una leyenda. Por el amor, por algo mucho más etéreo que el hollín de las chimeneas, pero mucho más valioso, más puro. Y se elevan hasta lo más alto; pureza fruto de la rabia, de la indignación y la ausencia de futuro. Y ya son un mito. Eso es Joy Division. ¿Y yo? ¿Qué soy yo? Preocupado por engaños publicitarios, un ego insaciable, un amor imposible pero real y poético; respuestas conocidas, preguntas repetitivas. Desviándome de mi eje vital, de mi esencia, de las razones que me condujeron hasta aquí.



3.



Por mi ventana puedo ver como los días se alargan y la oscuridad pierde terreno. La luz, mi luz, a cada momento más diáfana, ilumina la habitación mientras escribo, por fin, mientras hablo y reencuentro una alma transoceánica; hermano misteriosamente perdido en rumbos cruzados, mares profundos donde es imposible distinguir entre la nada y algo, y bosques oscuros en los que incluso el más valiente de los lobos teme cruzar.

Hablamos de todo lo que nos sucede y de nuestra existencia y de los más elevado y lo más banal, de los recuerdos que nos unen, de los amigos de lo que importa y de lo que debe dejar de importar. De cómo me siento por Blanca, esa Blanca que me hace gritar Digital (day in, day out), de lo estúpido y cruel del amor y de lo cierto y fácil que parece todo ahora que hablamos.

- Fíjate bien en esto. Es el mejor bourbon que jamás probé. Es dulce y delicioso. Lo traje de Texas.

Y acerca la botella, a miles de quilómetros de distancia y puedo leer Maker’s Mark en la etiqueta, y puedo intuir el suave y afrutado aroma que desprende.

- Deja que lo apunte, preguntaré al tipo de la bodega –le digo, consciente que lo haré.

Entonces proponemos compartir un poco de maría. Expandir nuestras mentes. Así que nos liamos un porro, yo bajo la luz anaranjada del atardecer y tu ante la claridad de la mañana bonaerense. Y lo encendemos y seguimos conversando, tu en tu día y yo en mi atardecer, mientras nuestros biorritmos siguen trabajando, coordinándose.

Un bondadoso cosquilleo empieza a recorrer de los pies hasta las abatidas neuronas. Nos reímos y miramos a los ojos.

-¿Cuánto tiempo hacía que no hablábamos? –me interrogo sorprendido, frunciendo el ceño, incrédulo ahora-. Parece imposible que olvidara lo mucho que te necesito, la importancia que tiene para mi lo que piensas, lo que dices. Siempre fuente de inspiración...

La hierba en nuestra mente empieza a hacer efecto, y nosotros seguimos con aquello que nos duele por dentro, con lo que nos preocupa. Y nos reímos de ello.

- Al fin y al cabo, siempre son las mujeres –le digo, convencido.

Y nos hace gracia. Curiosamente, por algún extraño condicionante humano, siempre queremos a la mujer que no nos quiere, o a la que no nos quiere suficiente o nos quiere de un modo que no somos capaces de comprender. En cambio despreciamos las que nos adoran. Imagino que es algún tipo de penitencia por las veces en que no correspondemos, por el daño que hicimos y es una cuestión de equilibrio. O quizá es demasiado improbable encontrar a alguien que quiera compartir, en este preciso y delicado instante, el mismo camino el suficientemente tiempo y al ritmo correcto para que ninguno de los dos se sienta cansado o quiera detenerse a descansar o apartarse de ti y tomar otro cruce. Maldito pasado ¿por qué nos condiciona de tal modo?

- Hay que ser como los niños –entona convencido Japhy. Da una honda calada, retiene el humo unos segundos antes de dejarlo escapar lentamente, y sigue:

- Los niños aprenden jugando, y lo hacen sin ningún tipo de idea preconcebida. Descubren por ellos mismos. Asocian ideas y crean conceptos de la nada, son limpios y puros y no temen nada, porqué no conocen el temor.

-Hasta que les hacemos temer.

-Exacto. Y desde aquel instante ya empezamos a estar contaminados – resuelve-. A partir de ahí todo es desconocido pero a la vez está condicionado por lo que viviste antes.

Eso me hace pensar en la historia que una amiga me contó hace poco. Estábamos en un bar y de pronto empezó un partido de fútbol en la televisión. Inevitablemente mis ojos empezaron a desviarse en dirección al aparato, con lo cual, ante el temor que se enfadara (o quizá por hablar de algo), empecé a hablar de lo mucho que interesa el fútbol, de lo mucho que atonta a la gente y la cantidad ingente de páginas de periódico y minutos de televisión que llena. Resultó que ella odiaba ese deporte por culpa de un exnovio adicto: “El sábado tenía partido por la mañana y claro, iba a verle. Por la noche quizá había cena con los del equipo de fútbol y el domingo más fútbol por la tele. Y encima me hablaba de su equipo, compraba el periódico deportivo y me hablaba de los fichajes. En algunos momentos pensé que nuestra vida era solo fútbol, fútbol y fútbol. Llegó a ser insoportable”. Me dio verdadera lástima y no extrañé que acabara por dejarle. Dios, por suerte el fútbol es solo una pequeña parte de mi. “Mi padre también es así. Antes, teníamos un perro que cuando veía la televisión de color verde salía corriendo y se escondía”. Esa es la historia. “Supongo que sería el jaleo que armaban cuando veían un partido que el perro asoció el verde con gritos y locura y jolgorio, y se asustaba”. A Japhy eso también le hace gracia.

- Puede que los niños sean un poco como ese perro…

- Si, crear miedos a partir de ideas asociadas a algo indeseable. Me gusta -digo, en tono trascendental.

- No está mal la hierba, no –responde riéndose-. No sabes lo que echo de menos a las mujeres de allí…

- Bueno, no te quejarás -replico, consciente que para él conocer mujeres nunca fue un problema.

- Así es, amigo mío. Aquí las mujeres están todas relindas, cierto; se cuidan un montón ¿sabes? Van todas al gimnasio y todo eso, pero es difícil encontrar una buena conversación. No sabes lo que es. Y nosotros necesitamos eso también, sino terminas por aburrirte. Además, tu sacás una mujer a cenar y se ofende si pretendes pagar a medias. Todo está como antes, no lo puedo creer…y lo caro que te sale salir con una.

- De hecho –le interrumpo, riéndome al imaginarme a Japhy ante esa situación-, luego cuando te cases te harán la cena y te traerán cerveza mientras estés viendo el partido ¿no?

- Si…y se sentarán de rodillas frente tuyo haciéndote la pija.

- Y el perro escondido debajo la cama.

- ¡Pero no por los gritos del fútbol!

Entonces, entre carcajadas, con el dedo índice levantado, una mirada pícara y una sonora risa que se expande por las dos habitaciones, con sus luces dispares, hasta llenar todos los rincones de ambos lados del planeta, llenos de libros y fotografías y hasta un dibujo copiado de Banksy, nuestras almas se encuentran en pleno proceso de fusión.

Es en este preciso instante, entre risas contagiosas, cuando los miles de quilómetros literales que nos separan se diluyen y puedo incluso tocarle y beberme su bourbon y olerlo; sentirme completamente renovado, inocentemente feliz, consciente de la importancia y la vigencia de nuestro vínculo. Y esa enorme fuerza de atracción magnética me permite olvidar todo el sufrimiento y obcecación estúpida que estos días estuvieron persiguiéndome, verlo todo más liviano compartiéndolo y sentirme feliz de nuevo.


4.


Hoy al mediodía comí en el centro rodeado de monopatines y chicos jóvenes tomando el sol y mayores hablando y mostrándose como si fueran modelos; todos guapos todas guapas. Fui a esa pequeña tienda japonesa con su pequeña dueña japonesa y me pedí el vegetal y los palillos y me lo comí de vuelta allí sentado; primero a la sombra que se estaba bien y luego al sol que ¡oh! ya calienta y mucho. Qué rollitos, que arroz qué fideos yakisoba y ¡qué mujeres! Me llenaba de fideos y del sol y de todas esas mujeres y hasta estuve a punto de tirarme a los pies de una increíble morena de pelo corto y andar elegante que pasó cerca de mi y me miró con sus ojos verde claro que recorrieron todos los rincones de mi corazón hasta desnudarme y desarmarme por completo. Me pareció sencillamente ideal, con un estilo inigualable, y sentí que leía también en su alma y podría pasar el resto de mi vida a su lado si me lo pidiera, tener muchos hijos y luego una feliz y tranquila vejez y poder morir en paz, satisfecho, pleno, junta a ella. Luego se fue y no la veré nunca más y te sigo queriendo a ti pero la primavera ya está aquí, la ciudad bulle de gente y la alegría salió a las calles de nuevo. Así que ¡demonios! Voy a dejar de torturarme más y aceptarlo de una vez. ¿Dónde está el límite de mi insistencia? ¿de mi cabezonería? Siento que la poesía se esfuma entre la niebla como el puente de Getxo, que no se deja encontrar. Todo lo mágico deja de brillar y hasta sufrir me parece demasiado esta vez.

- Empecé uno de los libros que me dejaste prestados. De hecho empecé como cuatro libros desde que terminé a Fante y no logré engancharme a ninguno. El otro día, a la vuelta del norte me dije “tienes que volver a ellos”. No pude resistir más y entré en la Central y fui directo a la sección de narrativa anglesa traduïda y después de echar un vistazo rápido fui directo a la K, compré los Vagabundos del Dharma y empecé a leer.

Japhy y yo, yo y Japhy estábamos fumados por completo. La conversación entre nosotros era también hacia nosotros. Las palabras empezaron a salir de mi y vi lo que yo sentía reflejado en ellas. Le hablaba pero me hablaba a mi y me escuchaba y me entendía.

- Y ya estoy terminándolo. Él ha encontrado el budismo y olvida por momentos la tristeza y el alcohol. Con su amigo Japhy, como tu, que es un auténtico bodhisattva, la vieja madre de la tierra, un auténtico vagabundo del dharma, deciden que deben subir al Matterhorn pero no el de los Alpes sino el californiano y antes de llegar a la cumbre, después de dos días subiendo y durmiendo al raso compartiendo el saco bajo un asombroso cielo estrellado, a unos trescientos metros Ray no puede más y cae rendido al suelo respirando entrecortadamente por la altura y el cansancio y dice: "¡me quedo aquí!" Con lo que Japhy replica: "¡vamos Smith, solo quedan otros cinco minutos." Pero sus fuerzas no dan para más. "Me quedo aquí ¡Está demasiado alto!" Y Japhy sigue sin decir nada. Entonces Ray se acurruca en el suelo y se pregunta por qué tenemos que nacer y solo por eso nuestra pobre carne queda sometida a unos horrores tan terribles como las enormes montañas y las rocas y los espacios abiertos.

La pasada noche soñé que estabas conmigo pero todo era muy extraño ya que todos me hablaban menos tu y me decían “¿no lo ves? No te hace caso”, pero yo no podía darme cuenta y te miraba y no decías nada; tu cara reflejaba inexpresividad pero no podía reprocharte nada. Luego me desperté y me quedé sentado en la cama pensando en el sueño. Me sentía extraño y solo entonces recordé lo que Ray piensa cuando ya no puede más y decide tumbarse exhausto en el suelo a solo trescientos metros de la cumbre del Matterhorn, después de lamentarse por no poder llegar hasta el final, y es un famoso dicho zen que le tranquiliza y le da fuerzas para la vuelta que reza: “Cuando llegues a la cumbre de una montaña, sigue subiendo”. Y aunque Ray nunca llega a esa cumbre, si es capaz de intentarlo y casi lograrlo y con ello superarse. Comprende que no es necesario llegar a la cumbre para sentirse satisfecho. Es más, comprende que las cumbres no existen si lo más importante es seguir subiendo. Pase lo que pase, no te detengas nunca.


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1 reacciones:

  1. bonica història, ben narrada. et felicito! l'amor, quina bojeria!!! et fa sentir amuuuuunt, quasi tocant el cel i, de cop i volta, quan menys t'ho esperes, t'estampa de cop contra l'asfalt. i així una vegada i una altra. i així i tot hi tornem. a vegades penso que l'amor aconsegueix treure la part més massoquista de nosaltres. en fi, suposo que això ens manté vius!


    cuida't. petonets!

    Anónimo

    16:39


Si os dan papel pautado, escribid por el otro lado.

Juan Ramón Jiménez

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