La mañana de los magos

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28/3/08

-¿Quiero saber cuál es tu rollo, entiendes? Me harté ya de juegos estúpidos que no llegan a ninguna parte. Estás logrando que me vuelva loco...y que acabe por perder el interés en ti.

Sentados de frente, la tenue luz solo permitía ver sus rostros difusos, medio escondidos detrás de las sombras que la mesa de la esquina les ofrecía. Mientras tanto, la lluvia pegaba en los cristales de aquel bar cualquiera, dominando su propio tiempo, al compás de la razón que ella misma se imponía. Cuando quiso decir algo, no la lluvia, sino ella, él no pudo permitirlo y la interrumpió:

-¡No! ¡Es que no! -gesticuló con los brazos, acercando las manos a su cara, como mostrando su incredulidad-, no quiero perder el interés en ti. ¿No ves que ya me harté? Me duele. Sabía que todo era un juego, pero ya no se de qué trata. Me desconciertas...

-¿Pero de qué hablas? Yo no juego a nada, son solo tus imaginaciones, a mi me parece todo muy bien.

-¡Pues a mi no! -Gritó, liberando la rabia contenida. Nunca pensé que diría esto a nadie, pero no quiero volver a verte.

Y se levantó, se puso el abrigo, la bufanda y los guantes, consciente del frío que sentiría el resto de la noche, recogió el resto de cosas esparcidas por la mesa y se dispuso a salir.

-¡Espera! -soltó ella agarrándole del brazo. Entonces, después de un corto pero inolvidable momento, hizo un breve suspiro y dijo:

- De acuerdo, voy a dejarme querer.

Pensamientos estúpidos

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24/3/08

Vas paseando por la calle y ¿qué ves? En principio diría que no solemos mirar mucho lo que hay en la calle. Más que nada nos concentramos en nosotros mismos, en nuestros pensamientos, problemas, o en el lugar hacia el cual nos dirigimos. Sin embargo, sabemos que a nuestro alrededor hay más; todos aquellos con quien nos cruzamos también andan pensando en sus cosas, probablemente, pero hay quien no camina solo. Estos suelen hablar entre ellos, a veces. Andando solo, en esos días en que simplemente vas, sin pensar en nada, con la mente abstraída y concentrado en tus pasos, en el momento de cruzarte con esos tipos que hablan entre ellos, sin quererlo cazas un par de palabras de su conversación. Siempre me ha parecido fascinante lo que la gente habla, aunque parezcan estupideces me atrae saber que es lo que se cuentan, diría que es mi interés sociológico, pero mentiría si no reconociera un poco de curiosidad y otro poco de morbo en ello. Cuando solo es una parte de lo que hablan lo que llega a mis oídos, entonces intento adivinar que es lo que sigue, o que es lo que les llevó a decir aquello en concreto. Un día me crucé con un grupo de chicos, de vuelta a casa, y uno de ellos decía: “…hay un vibrador que lo puedes conectar a la guitarra eléctrica”. Sin más. Evidentemente la duda (del antes, del después y del porqué) se prolongó mucho más que mi camino de vuelta.

Otro de lo que puedes ver en la calle son gente paseando a sus perros. Es posible identificar, por la raza de los perros que ves, si una zona es de clase alta o de clase media. Normalmente en los barrios más degradados los perros se pasean solos. En donde yo vivo, concretamente, predominan más los perros de raza, por lo tanto, sin necesidad de mirar a nada más que a los chuchos, puedo afirmar que vivo en un barrio de gente rica. Ahora el perro que está más de moda es el bulldog francés. El otro día entré en un hipermercado de animales y vi a uno con una expresión tan boba y simpática a la vez que quería comérmelo. Luego miré el precio, le eché un nuevo vistazo e inmediatamente perdí el interés en él. También existen unos cuantos tópicos acerca de los perros; a parte del que son “el mejor amigo del hombre”, circula el que dueños y canes se parecen (hecho que se cumple la mayoría de las veces, más debido a que solo nos acordamos del tópico cuando se cumple que a que así sea), o que los dálmatas tienen tendencia a quedarse ciegos, ¿o era sordos? Hablando de dálmatas, ciegos o sordos o nada de ello, hay uno, me contaron, que mantiene una galleta en la boca hasta que no le das permiso para comerla. ¡Pobrecillo! Me lo imagino babeando por todas partes. Debe ser horrible; como estar meándose delante de un retrete y no poder utilizarlo. Pero eso no era todo, ya que el animal solo podía dormirse cuando alguien (de la familia, se entiende), ¡se acercaba a taparle con su mantita! ¿No es encantador? Se ve que hasta que no acudes ladra, como si fuera tu hijo pidiéndote un cuento antes de dormir. Ese, por lo tanto, no cumpliría el tópico de mejor amigo del hombre, más bien sería el de hijo del hombre, ignoro si el mejor, aunque probablemente sí el más barato. Además, definir al perro como el amigo fiel del hombre por su docilidad y sumisión a éste me parece de una demagogia aplastante; ¿necesitamos realmente siempre sentirnos dominadores? ¡Que se coma la galleta cuando quiera, coño!

Así que cuando vayas por la calle, si te aburres, intenta captar algo de lo que hablan esos que andan hablando, o si estás en una nueva ciudad o un barrio que jamás pisaste, fíjate en los perros, por qué quizá no sepas si son el mejor amigo del hombre o de la mujer, pero sí que su dueña pagó un pastón por qué ella lo tiene. Si más no, encontrar un vibrador compatible con tu guitarra eléctrica puede resultar complicado, y nefasto si no eres buen músico, aunque pensar en aquellos cuatro chicos un jueves por la noche hablando de juguetes sexuales puede inducirte a montarles una vida ficticia, o a llenarte la cabeza con pensamientos estúpidos, como querer comprarte un bulldog francés o un dálmata lacayo. Pensamientos estúpidos o un modo de andar por la calle.





Convencionalismos

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17/3/08

-¿Te preguntaste alguna vez como funciona el puto Google? Miles de millones de páginas en el mundo y tu pulsas COÑETE y en 0,06 milisegundos aparecen en tu pantalla, por asombro inicial (¡no me jodas!) e indiferencia actual, millones y millones de resultados. Y tu puta página, la que buscas, ¡está ahí! Pues tranquilos que yo os diré cómo: primero hace una búsqueda a partir de las palabras que tu insertaste en su base de datos, que cada día es más y más grande, y aquellas páginas que salen en los primeros lugares son, o sea las que tú quieres, a parte de las que coinciden con lo que escribiste, también las que más vínculos desde otras páginas tienen hacia aquel sitio. Es decir: las más citadas, o las que más gente linkea desde otras webs. ¡Putos listillos! ¿Eh?

Así entró Rogelio, emocionado, soltando esa parrafada sin que nadie tuviera tiempo ni a darse cuenta de que efectivamente alguien había entrado. Ese era su estilo. Mientras hablaba iba tirando sus cosas por todos lados y con un dedo y una mirada se pedía una cerveza, giraba una silla y se sentaba al revés, con los brazos apoyados en el respaldo. La atención del grupo ya giraba a su alrededor. Gesticulaba y fumaba y bebía sin dejar de hablar, tocando a su derecha y guiñando el ojo a su izquierda. Era imposible desviar la mirada de él porqué la absorbía; lo pedía con tanta fuerza que era inevitable caer rendido, muy a pesar de que en aquel momento interrumpiera a alguien en medio de una conversación; ese alguien se quedaba irremediablemente con la palabra en la boca, y debía conformarse con esperar a que Rogelio terminara para seguir, aunque probablemente quedara también prendado de su forma de hablar y olvidase aquello que estaba contando. Pero a pesar de mi descripción, no quiero dibujar a un Rogelio impertinente ni altivo; era su mundo, compuesto de impulsos incontrolables que le asaltaban constantemente, quien le obligaba a actuar de un modo instintivo, rehuyendo cualquier convencionalismo social, y que le hacía parecer, con quienes no conocía, alguien maleducado, soberbio, interrumpiendo, hablando sin necesidad de saludar, como si lo que trajese entre manos fuese el elixir de la eterna juventud y él tuviese la misión de propagarlo, pero que ante los suyos no provocaba menos que seducción. Rogelio podía atrapar la atención de muchos con sus historias, precisamente por qué eran buenas historias. Era capaz de hacer salir el sol en medio de una tormenta con inverosímiles sucesos o locuaces reflexiones. Su opinión contaba mucho más por qué, individualmente y en secreto, pero libremente, así todos lo habían decidido. Por contra, había temporadas en que le veías pasar a lo lejos, con el cuello de la gabardina en alto y la nariz escondida detrás de la bufanda, y en vez de asaltarte pasaba de largo e incluso evitaba saludarte, o lo hacía tímidamente, como queriendo pasar desapercibido; andaba como un cohete hacia alguna parte, como si le persiguieran, o se excusaba diciéndote "no tengo tiempo para salutaciones: tengo un encargo de suma importancia que me exige la mayor celeridad. Adiós". Así era él. También era entonces cuando se mostraba menos acaparador; no aparecía durante un tiempo, o cuando lo hacía apenas hablaba. Eso le hacía interesante, por otro lado. A mucha gente les gustaba eso, especialmente a las mujeres. Pero Rogelio tiene tantas facetas que incluso ahora, después de tanto tiempo sin dejar de sorprenderme, resulta tarea engorrosa por la facilidad de caer en el error hacer de él una radiografía con la exposición correcta como para dibujar algo más que su contorno.

Y así, después de una hora aburrida Rogelio había llegado y con su presencia animado el chiringuito. La gente se arremolinaba en torno la mesa. Él ya no hablaba; fumaba y reía a media voz mientras escuchaba a alguien contar un chiste de Arguiñano, o a otro los despropósitos de su vecina, que a pesar de su credulidad inicial, terminó por darse cuenta que su marido se la pegaba. Se la pegaba con la mujer del sordomudo -decía-, aunque él sigue sin reconocerlo, afirmando que le gustaba ir a su casa a hablar con el marido...Si si, el sordomudo ah! Y el chiste...que es lo que quería contar, versaba de dos locos que se escaparon del manicomio disfrazados de chicles, uno de menta y el otro de fresa, cuando pillan al que iba de fresa y le sacuden: ¿dónde vas demente? ¿Quién yo? Yo demente no, yo defrese...y entonces, entre risas, a la reportera de la tele se le escapa Miguel Arias Coñete en vez de Cañete, y todo son risas y miradas de complicidad, o estupideces múltiples cuando me doy cuenta que ya está, Rogelio se ha ido como vino: cuando le pareció, sin dar explicaciones, din decir nada. Libre.

¡Silencio!: jornada de reflexión

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7/3/08

El tiempo lo marcaba el café que tomaban. El movimiento circular de la cucharilla y el repicar en la cerámica marcaron el tempo que les balanceaba. Ese sonido: pura perfección aleatoria. Ciertamente no había lugar para la duda: hablaban de ellos mismos. Cada cual exponía su propia experiencia en cada uno de los argumentos. Piensan que son íntegros, pero ni entonces lo eran. En una tarde nublada defendían seguir, en la siguiente sale el sol y prefieren quedarse. Se trataba de la condición humana, suficientemente maleable como para no sostenerse firme todo el tiempo. Sin embargo, convencidos de hablar verdad, se dedicaban a subrayar los defectos del otro, o de lo que el de aquí hablaba, mientras el café seguía reloj de arena a su antojo.

Tres minutos, lo que pactaron; cuatro segundos por contraplano, veintiún grados en la sala. Nadie alrededor; solo ellos, un agujero donde fijar la mirada y la verdad por delante. Su verdad. La misión es intentar convencer al mayor número de verdades posible. Eso es lo único que les interesa. Da igual lo que les pase por la cabeza, da igual que duden de lo que dicen por qué la condición humana ha sido eliminada por la voluntad de rozar la perfección argumental. La indecisión es tratada como signo de debilidad. La ambigüedad es apreciada por la amplitud de interpretaciones. Por eso no pueden ponerse de acuerdo. Nunca van a aceptar un ápice de la verdad ajena. Aunque sepan de sus debilidades, aunque sepan que uno no existe sin el otro, o más bien debido a que son conscientes de sus debilidades y a que existen gracias a uno y a otro. Se transforman en recetas morales de una ideología particular, más o menos divergente de las otras, pero con el precio que hay que pagar por ello e dejan algo más importante: su humanidad, aquella que permite la duda y el error, pero también la rectificación y la comprensión.

A ellos hablar del futuro les es imposible. Por eso se dedican a vender ilusión en turnos de tres minutos.

El café terminará por enfriarse i la cucharilla perderá su función. Entonces, hablando con el pasado, el presente les convencerá a ambos que lo únicamente cierto es que su tiempo lo decidieron ellos y que sus verdades quizá mañana sean también las del otro, o dejen de ser verdad. Sin embargo, al volver de nuevo a incluirse en el bullicio de la sociedad, hay algo que les empujará, sin más remedio, a gritar: ¡un poco de silencio, por favor!

Dicen que hoy se reflexiona. Lo que ocurre es simplemente que hoy regalan un poco de silencio.



Si os dan papel pautado, escribid por el otro lado.

Juan Ramón Jiménez

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